Bulgaria


Llegamos al final de Turquía, a la frontera de Bulgaria en autobús para coger el tren que nos llevaría a Plovdiv, una de las ciudades más antiguas de Europa. Momentos antes de subir al tren y de esperar que la policía de migración revisara los pasaportes, nos encontramos con un trío de chicas inglesas muy singular, una con pantaloncillos cortos y sandalias, las otras dos con ropa de verano a pesar de la baja temperatura que había en ese momento, pero más allá de eso, su medio de transporte era un monopatín (patín del diablo) por el que parecía andaban cruzando parte de Europa, hablaron con nosotros y nos contaron que habían hecho un viaje de ocho horas en tren para llegar justo donde estábamos ahora, aunque a nosotros el viaje en autobús sólo fue de un par de horas y era la misma ruta de ellas.
El problema del lenguaje en Estambul dificulta mucho la comprensión entre los extranjeros y los turcos.
La estación era fría y solitaria; abordamos el tren en la madrugada y tuvimos que esperar unas cuantas horas porque salíamos a las cuatro de la mañana.
En nuestros camarotes y con las camas preparadas para dormir un poco, en medio de la bruma que asfixiaba el ambiente y los controles de boleto y migración que no cesaban, hasta que mis pápeles: pasaporte e identificación de extranjero (nie) que acreditan mi libre estancia en España fue recogido por los agentes que miraban página por página y sello por sello, comparaban la foto microscópicamente, igual que a los otros, hasta que recogieron mis documentos para poner el sello de entrada a Europa y una vez más, la idea de que por Europa se puede andar libremente, se convierte en una gran mentira.

Nuestra llegada a Plovdiv no tuvo ningún inconveniente más y el hotel en donde nos quedamos era perfecto y barato. La ciudad es un museo gigante, lleno de antiguos restos de la arquitectura tracia; decidimos cruzar la ciudad caminando y visitar como grandes turistas cada punto del mapa que se recomendaba, pero la noche iba y tenía que ser distinta. Antes de que ésta llegara nos sentamos a tomar un café (demasiado malo) en un pequeño bar del centro de la ciudad, mientras Lucas que como buen checo, no podía dejar pasar la oportunidad de tomar cerveza y súbitamente un camarero se aproximó con una jarra de cerveza y tres copas más, una familia de Búlgaros, nos la invitaba. María, Gabriel y yo agradecidos por la cerveza acompañamos a Lucas con más cerveza. En total dos jarras de litro y medio cortesía de nuestros anfitriones que habían pasado 10 años en España.
Al llegar la noche, uno de los chicos del hotel nos dijo a qué lugares podríamos ir, evitando las discotecas, queríamos un bar local. Gabriel, Lucas y yo, encontramos un bar con muy buena pinta pero cerraba a las once de la noche, momento justo en el que cruzábamos la puerta para tomar algo, pero el barman nos dijo que a unas calles había otro sitio y uno de sus amigos se ofreció a llevarnos, el bar a pesar de estar a unas calles del centro era muy local, la música de los años 80 y 90 que es muy característica en esta parte de Europa, aturdía nuestros oídos mientras que los comensales del bar al que habíamos asistido anteriormente se acercaban para hablar con nosotros. Después de dos cervezas de medio litro, porque no hay más pequeñas la noche comenzaba a tener más movimiento, el bar se llenaba junto con grupos de hombres y mujeres, la mayoría parejas, se apretaban en las mesas y en la barra del bar mientras un DJ mezclaba a guns and roses con un poco de electrónico bastante moderado.
Gabriel decidió irse y Lucas y yo tomamos una tercer cerveza para acabar con está e ir a otro bar que estaba a dos calles más abajo. El último bar era mejor que el anterior, música y gente muy bien incorporados y en la parte baja, el sótano, había una caótica jam session, una guerra de egos musicales, enfrentados entre ellos, los músicos más viejos intimidaban a los novatos, cuyo escuerzo rebasaba todas las emociones acústicas que se reflejaba por la variedad de rostros que cambiaban al momento de ejecutar su solo correspondiente. Uno de los últimos músicos un flautista que aparentaba tener el legado genético de Hamelin, subió al escenario, con posé baja y la mirada al suelo y esperando su entrada triunfal ejecutó un sin fin de notas que sólo cuadraban en el universo de su ego y fue su novia una canadiense que se nos aproximo y muy lentamente nos dijo: "es músico y como tal, cree que es lo mejor de lo mejor del jazz".

Eso marcó el final de la noche, de vuelta al hotel, el clima comenzaba a cambiar y el frío invernal parece que quiere aproximarse antes de tiempo.

A la mañana siguiente nuestro trayecto a Sófia iniciaba. Después de desayunar unos panes servidos por una alegre viejita nos dirigimos a la estación de tren, seguimos la indicación del tren que partía en unos minutos, abordamos éste y ya sentados, Gabriel cuyo nerviosismo aumentaba por no estar seguro si era el tren que nos llevaba a Sófia, Lucas y Maria preguntan a la señora que venía a nuestro lado, con un gesto de sorprendida nos dice que no, que el tren se dirige a Burgas, así que cogimos nuestras cosas, pero demasiado tarde, el tren estaba arrancando y no podíamos bajar. Llegamos a la siguiente estación: Trakia, un pueblo abandonado y muy pequeño, los operadores de la estación se rieron de nosotros al momento de comentarles que nos dirigíamos a Sófia y más todavía cuando quisimos saber cuánto tiempo faltaba para el próximo tren, éste tardaría demasiado y lo mejor fue regresar a Plovdiv e ir en autobús a nuestro siguiente destino.

Sofia:

Una mala jugada climática nos recibiría en Sófia. Por la noche la temperatura bajaba y sólo pudimos dar una pequeña vuelta por el centro de la ciudad, porque ya todo estaba cerrado, hayamos un lugar para cenar unos cuantos platos característicos de la cocina búlgara, como lengua de res capeada y su cerveza "Zagorka".

Pero la lluvia sería nuestra gran anfitriona del día siguiente y no pudimos andar a ningún sitio, encerrados en el hotel, esperando con fe que amainara un poco el agua, cosa que nunca sucedió, charlamos y esperamos, bromeando sobre nuestro error de Trakia y contando anécdotas de la isla de Formentera, lugar en el que los cuatro hacemos temporada de verano y así la lluvia nos ahuyenta y nos arroja a Serbia, nuestra siguiente estación.

en miércoles, octubre 31, 2012

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