El té que nunca termina.

La vista de Estambul intimida, por un lado una ciudad rodeada de mezquitas, personas caminando en todo momento, negocios de fruta, frutos secos, telas, comida; comercio que en el pasado fue una importante fuente de ingresos y que hoy lo sigue siendo en niveles masivos.
Los turcos tienen una cultura que resiste a grandes pasos la llamada de América, a pesar de que la televisión turca sigue los mismos esquemas, no abandona ni deja por el suelo su identidad como pasa en algunos países de Hispanoamérica y de Europa. Pero Turquía fue un poderoso imperio y como todos estos su caída fue inminente, pero ellos van como la piedra de Sisifo.
El llamado a la oración embriaga el cielo y los turcos acuden a ella, deteniendo así el tiempo con fuerza y respeto sin "oposición" a una consigna que desde siglos atrás se les impuso por los reyes que crearon la arquitectura, los palacios, las mezquitas, obeliscos y puentes que son parte de un folclórico empolvado de pasado; la Turquía Moderna ahora es más que eso: es pobreza y es olvido, las calles de los barrios bajos ignoradas, los niños abandonados y otros enviados a delinquir en grupos pequeños, aun así los paseos por sus calles y el té que jamas se acaba. Pero fue hasta
Uskudar en Asia, cuando al fin comprendí la fuerza de la identidad turca y fue en un mercado en donde la comunión de su cultura alejada del masivo turismo que juega un teatro de sombras y apariencias donde la gente olvida actuar para el de afuera y es ella misma. Un cambio radical, que en sólo un par de días no es fácil de entender la armonía que existe en la ciudad, desde las chicas con velo, magistralmente vestidas y preciosas, los músicos con barbas y harapos, los niños que caminan en pequeños grupos, su religión y la sombra de lo que una vez fue un gran imperio. Cuyas mezquitas y la llamada a la oración se los recuerda día con día.
Esta noche abandonamos Turquía y regresamos a Europa entraremos por Bulgaria pasando a Plovdiv la capital de los tracios.

en domingo, octubre 28, 2012

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