Cruzando el Este

Crucé en tren la región del Veneto, en el norte de Italia, rumbo a Venecia, uno de los últimos destinos de este viaje; que termina en Milan en donde regresare a Formentera.

Pero antes y después de pasar por Sarajevo cambiamos de las grandes urbes a puntos pequeños del mapa como la ciudad de Mostar, famosa por el puente que une los dos puntos de la comunidad. Split, en Croacia, ciudad costera, rica por sus palacios, mercados y su puerto que une las islas croatas con la península. Zagreb, capital de Croacia, donde el clima impetuoso no nos permitió apreciar la ciudad de místicos edificios austro-hungaros; continuamos a la tierra de la música, la armonica Salzburgo, la casa de Mozart, llena de fachadas de color blanco que cubren el gris de las tragedias históricas; de la segunda guerra mundial, del nazismo y, es porque todas las ciudades por las que cruzamos intentan cubrir un pasado, esconder una historia. Pero a cuántos de nosotros nos interesa la historia del mundo y a cuántos nos interesa la historia de la gente, pero, no es posible adentrarse a las ciudades y ver el corazón de quienes las habitan si el clima te castiga o la gente te considera un turista más que sólo va de paso, eso limita la visión y la experiencia. Porque es imposible ver la magnitud de las ciudades por el amplio mercado que hay alrededor de las calles. Las grandes boutiques ocupan la mayor parte de las calles principales. Como en Praga ciudad a la que regrese por segunda vez, su plaza principal está conquistada por el consumismo, las luces de neón, los maniquíes, las dependientas, la gente caminando con bolsas llenas de logotipos, el espacio visual se cierra sólo al impacto de los anuncios.

Y no fue hasta Milan cuando comprendí esta lógica, la importancia de la moda sobre cualquier otra cosa. Cuando aborde el metro, al abrirse las puertas de éste, miré: peinados impecables, sacos de diseño, bufandas y zapatillas sin suelas gastadas, tenis brillantes y pulcros con cordones blancos. Pantalones de diferentes estilos, teléfonos en mano y bolsos llenos de sinsentido, todo salido de un catálogo y las miradas no se cruzan unas a otras, si no que están sumidas por el tedio citadino, la tensión trágica por no poder escapar de si mismos y la perdida del reconocimiento del uno por el otro, está ausente.

Italia, no sólo es Milan, pero ésta es la ciudad más gris y monstruosa por la que he cruzado. Fea y sucia. Con unos monumentos monstruosos y aplastantes y un fluir constante de gente, ruidos, motos por doquier, autos en todos los sentidos, una urbe que ha perdido su legado histórico, su herencia culinaria. Estancada simplemente en lo que es y lo que recuerda ser, sin querer dar un paso más, hacía un mejor futuro. No, ya no.

Pero en el norte, se vive distinto. Asiago, zona montañosa, tierra de queso y antiguo bunker bélico. Vicenza y Verona, dos ciudades que lo tienen todo. El cálido andar de las calles y el oscuro placer de lo escondido, de lo secreto. Verona va más allá de La casa de Giulietta, de la plaza de Dante, Venezia con su puerta custodiada por un león y un ángel, con sus catedrales, esconden una Italia que aún se puede apreciar.

Ahora creo que caminar, viajar y pisar suelos desconocidos es una idea de la diversión masificada, una absurda sensación de aprendizaje, un intento desenfrenado por cambiar la visión de uno mismo y alcanzar conocimientos desconocidos y quizás puedan obtenerse, se puede jugar con el peregrinaje y la experiencia y olvidar por unos días quién eres y dónde estas, pero esto no es mi idea de la diversión.














en viernes, noviembre 16, 2012

1 Comment to "Cruzando el Este"

Posted by Anónimo ( 27 de enero de 2013, 15:45 )

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